martes, 20 de enero de 2009

"En Kosovo no hay ningún deseo de revancha"

[Publicado en ADN.es el 17 de febrero de 2008, día de la declaración unilateral de independencia de Kosovo]

Max, uno de los pocos kosovares que residen en España, confía sus sentimientos mientras su provincia natal proclama su independencia



En realidad se llama Sylejman Maxhera. Pero lleva casi diez años en Madrid, así que se presenta con un nombre más facil de pronunciar. Para sus amigos en España, Sylejman es Max, uno de los escasos centenares de albano-kosovares que viven en este país.

Aunque serbio-kosovares y albano-kosovares son neologismos que utilizamos en Europa occidental para tratar de entender algo del puzle balcánico. Max es un buen reflejo de las identidades de los Balcanes, encastradas a la manera de las muñecas rusas. Él se define primero como albanés. Ésta es su identidad cultural, de la misma forma que es musulmán -"he nacido así", dice-. Pero es un albanés de Kosovo, la región donde las culturas nacionales, recuperadas por los dirigentes políticos, han generado uno de los peores conflictos de las últimas décadas. "Yo soy de Kosovo. Si me preguntan algo más, digo que soy albano-kosovar".

"Tengo un pasaporte de Yugoslavia, una tarjeta de residencia serbia y un hijo español"


¿Y sus documentos, qué dicen? Max se ríe: "Tengo un pasaporte de Yugoslavia, mi tarjeta de residencia pone "Serbia y Montenegro", y me fui el otro día a registrar a mi niño y evidentemente tiene nacionalidad española".

2 millones de habitantes, 300.000 exiliados

Como la mayor parte de los kosovares del exilio, Max se fue primero a Alemania, en 1992. Aparte de permitir que terminara sus estudios de literatura inglesa, Alemania fue el país donde encontró a su esposa española, que la semana pasada dió a luz a su hijo primogénito. Alemania, junto a Suiza, sigue acogiendo más del 60% de los 315.000 exiliados kosovares, según Diaspora y politicas de migración, uno de los escasos informes recientes sobre el asunto, publicado por Forum 2015, fianciado por la Fundación Soros (aquí el archivo PDF en inglés). En Kosovo, sólo hay seis veces más habitantes que en el extranjero, unos dos millones.

De los países de acogida llegan importantes remesas que permiten que sobrevivan los habitantes de Kosovo, una región de 10.000 kilometros cuadrados devastada por la guerra. Se calcula que en 2007, el dinero que los kosovares del extranjero mandaron a sus familiares representó el 18% del PIB nacional, cuatro puntos más que en 2005. Aunque algunos analistas destacan los efectos perversos de esta dependencia, el 30% de las familias kosovares que tienen a algún pariente fuera del país cuenta con él para llegar a fin de mes.

"Llamé a mi hermano. No puede pagar una coca cola; me puse a llorar"


Max relata esta experiencia con pudor, pero no lo puede evitar porque es su mejor argumento a favor de la independencia de Kosovo y su reconocimiento internacional. "El Estado de Kosovo me hace muchísima ilusión. El otro día llamé a mi hermano menor, que es economista", recuerda. "Está saliendo con una chica. No tiene dinero para pagarle una coca cola. No hay empleo y no hay Estado. No hay un Estado para recaudar impuestos y dar prestaciones sociales. Me puse a llorar".

El hermano, la coca cola de su novia y los euros que Max les manda son el rostro humano de unas cifras tozudas. Según la Comisión Europea, encargada de evaluar el perfil de los candidatos y precandidatos a la integración, el paro representa un 40% de la población activa de Kosovo. El PIB es de 1.100 euros por habitante, menos de la mitad del PIB serbio, y el crecimiento, el 3,8% en 2006, "casi sólo se debe al sector privado y el consumo privado".

Max insiste en la necesidad de un Estado. Él no cree que las debilidades económicas impidan que salga adelante, sino que, por el contrario, la ausencia de poderes públicos impide que la región vuelva a desarollarse. "De momento sólo puedes invertir en la economía privada. Ganan los que tienen dinero", apunta. La UE, uno de los dos grandes patrocinadores de la independencia, junto a Estados Unidos, sostiene el mismo argumento, aunque emplea palabras más propias de Bruselas. "La situación de la seguridad en Kosovo y las continuas incertidumbres en cuanto a la resolución final sobre el futuro estatuto de Kosovo obstaculizan la inversión y el crecimiento", resume la Comisión en su perfil económico de Kosovo.

Amigos serbios

En cuanto a los orgullos nacionales, Max las ve con una distancia asombrosa. Quizás sea por su situación familiar, o porque entre sus mejores experiencias familiares destaca sus colaboraciones con ONG como la Cruz Roja, Amnistía Internacional, o Accem. O por sus amigos serbios, un ex seleccionador de tenis de mesa y un entrenador de baloncesto...

Max vio la casa de sus padres, totalmente destruida por asaltantes serbios cerca de Pristina. Estaba al lado de un amigo cuando éste se enteró mirando el telediario alemán de que habían matado a su familia -"¿Qué haces?", pregunta, "¿Le das un abrazo? ¿Le das 40.000?"-. Pese a todo, Max parece sincero cuando dice que en Kosovo "No hay ningún deseo de revancha, lo que la gente quiere es que cada uno viva su vida con respeto".

Ahora Max trabaja en el aeropuerto de Barajas, donde supervisa el departamento de equipajes. Un cambio importante, después de ejercer de profesor y traductor. Se quiere quedar en España, donde está su pequeña familia. Casi al mismo tiempo, ha visto nacer a su primer hijo y a su país. "Más felicidad, como que no cabe".

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